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viernes, 30 de agosto de 2024

 Caigo en la tentación de lo ilusorio.

Pero tan pronto como me veo seducido, me doy cuenta del engaño.
Entonces la mentira me da la espalda, diciéndose a sí misma:
"Este no nos sirve, HAGAMOS AL HOMBRE A NUESTRA IMAGEN Y SEMEJANZA".
Y si del libro de las palabras cayera,
no sería yo un segundo silencio,
confundido con un respiro
que se eleva y vuela libre,
cargando sobre su momento
la campestre tarde de la primavera.
Y si los viejos sueños
afloraran en vientres que no son míos,
en arrullos de cuencos que crean la danza
y llueven esquirlas donde hubo miedo,
¿no sería suficiente
con mirar hacia arriba
sin caer de espaldas?
No. Creo que no.

 ¿Qué hace un niño de papel en mis palabras?

Tal vez venga a dibujar un guiño en mis sonrisas,
a provocar un sueño donde no haya alba;
o tal vez, simplemente,
a vivir la vida que no he podido vivir.
Lo curvo de mis sensaciones,
la emoción redimida de la lágrima caída,
del perdón asistido,
de la marchita flor buscando su cielo.
Y de repente, nada,
como al principio.
Pero ahora ya no hay tiempo por delante,
sólo un atrás que empuja hacia donde no vamos.
Un atrás pesado que nos arrastra
donde otros momentos murieron callados,
por no respirar a tiempo,
cuando muchos desearon seguir viviendo.

sábado, 24 de agosto de 2024

 DIALOGO ENTRE MERLIN Y ARTURO EN LA CUEVA DE CRISTAL.


ARTURO: - A veces me siento como si fuera la única persona sobre la Tierra.

MERLIN; - Eres la única persona sobre la tierra.

 DORMIDA EN TU PIEL

Como cansada,
como dormida en tu piel de verano,
sedienta de espera y brillo en tus ojos.
Navegando el momento,
soslayando el instante
de poder abrazarte.
No atrevido cuerpo,
hablo de palabras,
de silencios y acentos,
de apresurado latido
por respirar tu sueño.
De repente, todo se enciende.
Ilumina avenidas y calles,
y desde mi demorada noche
te abrigo de juegos,
sonrisas y miedos.
Te abrigo templada
en cenicienta espera.

 En un paisaje como este, muchos miran los árboles, las luces, colores, el reflejo de agua, piensan, sienten....


Otras personas pueden sentir también los sonidos....los olores....los movimientos.

Otras, aún, pueden ver debajo del agua, detrás de los árboles, el cielo, los ojos del observador. ....

Y muy pocas, contadas....No sólo ven...Sino que pueden entrar y estar en el paisaje.



 ¿Y si buscara un trozo de cielo

en medio de la tormenta?
¿No serías tú,
pequeña estrella,
quien disipara mi espejo,
donde verme
sin estar ni reconocerme?
Como un arlequín
que, presuroso en su paso
y con risa justificada,
me sonriera y yo
... sonriera.
Mi paso por tu imagen,
mi tiempo hecho estela
donde todo termina en silencio,
vacío,... final.

Mas si volviera a buscarte,
¿no te encontraría?

Todo termina en las palabras
que nunca pronuncias
y que ya ni espero.

 Y si de la luna hablara,

¿no serías tú
quien, de tantos silencios,
te convertirías en luna?
No creas que no te escucho,
que no te veo,
que no te siento.
¿Cuánto más soportarás
seguir una sombra
que no te nombra?
Igual voy dejando huellas,
pues a mi paso,
mis propios pasos
se vuelven palabras.
Palabras que solo quien oyó
mi débil voz surgir de la niebla
sabe del trueno de mi garganta
cuando siembra silencios.

No te inquietes.
No te voy a abandonar.

Yo te escucho.

 Te dejé donde te hallé,

pues creo que allí perteneces.
No te herí al deshojar tus labios,
ni te hice llorar
cuando pronuncié tu nombre.
Poeta de versos viejos,
cantando al eco de su silencio,
como trémulo trino
que se adormece en mis frías manos.
Caminando por un suelo
que solo yo veo,
me dirijo tranquilo
a mi propio inicio.

Perdón
por haberte enamorado.

 Creo que el mensaje que no fue anotado

es aquel que guardé en mi viejo saco.
¿Qué triste otoño deshojará mis versos
de tu cuaderno de lilas rosas?
Sueños logrados, sueños perdidos.
Como el laberinto que tejió mi labios
buscando tu risa,
buscando tu calma.
Los que no me vean
dirán que he muerto.
Los que me hayan visto
dirán que he vuelto.

Pero solo tú,
apretando mi garganta,
oirás mi débil suspiro
sobre tu boca de sal.

 Tan loco como mi soledad

cuando decidí estar solo.
No porque lo deseara
sino por no lastimarte
al verme tan libre de tanta locura.

 LOS CUENTOS DE VALERIA

Autor: A. José María Pintos
Fecha: Agosto 2014
Registro de la propiedad intelectual: ISBN 964-950-7304-57-0

Cuando conocí a Valeria, estaba cursando el último año de diseño en el Instituto Almirante Brown. Su pequeño rostro redondeado y regordete, coronado por una larga cabellera siempre recogida, captó mi atención cuando la vi en una tienda de sombreros, probándose uno tras otro, sonriendo y moviéndose con gracia.

Al salir y al verme con los ojos exageradamente abiertos, tal vez algo sorprendido, volvió a sonreír y dijo:

—¡Juan! ¡Me estabas espiando! Me encanta probarme sombreros. Nunca los compro, solo me gusta probarlos.

Se quedó frente a mí, mirándome, sonriendo y abrazando un par de cuadernos y un libro contra su pecho. Comenzamos a caminar sin decir nada. Yo todavía no salía de mi asombro por verla de ese modo y en aquella situación. Ella caminaba a mi lado, callada pero tranquila, jugando a dar pasos que tocaban graciosamente el piso. No me atreví a preguntarle nada, solo iba a su lado. Una cuadra, dos, varias.

Finalmente, se detuvo y, mirándome a través de sus pequeños ojos verdes, frunció la nariz y dijo:

—Aquí doblo yo. Mi casa está a un par de cuadras y otras tantas por allí. Nos vemos mañana, ¿sí?

—Claro —respondí.

Tendí mi mano como para saludarla, pero ella, poniéndose en puntas de pie, besó mi rostro susurrando:

—Hasta mañana.

Así conocí a Valeria, sin imaginar que ese día se convertiría en el inicio de una historia que terminaría por escribir.

Era jueves. Desperté enredado entre las sábanas y con la luz del sol colándose en mi habitación. Mi madre había apagado la alarma de mi teléfono y corrido las cortinas de la ventana. Tengo 22 años, soy el segundo de tres hijos que conforman, junto a mi madre y a mi padre, una familia de personas ocupadas.

En realidad, no tan ocupadas. Javier, mi hermano menor, con sus 17 años no piensa en otra cosa que en chicas, paseos y salidas nocturnas, mientras que Facundo, de 26, ya ostenta un título y posee un auto que es nuestra envidia, pues lo cuida como a sus libros. Facundo, veterinario; yo, diseñador gráfico aún estudiando; y Javier, todavía indeciso sobre su futuro, somos la descendencia de una pareja chilena que se asentó en este territorio en los ’80. Papá, abogado; mamá, escritora, siempre soñaron con tener una finca por estos lados, criar caballos, algún que otro animal, y, por supuesto, niños.

Pero sus ocupaciones fueron absorbiendo su tiempo, relegando sus deseos para una época de sus vidas que tal vez nunca llegaría. Sin embargo, su satisfacción y felicidad eran evidentes e innegables. Aunque a veces sospecho que mamá, ya con 48 años, todavía suele preguntarse qué hubiera sido de no conocer a Pedro, mi padre. Pero como toda mujer educada por una familia robusta y trabajadora, siempre supo tener los pies sobre la tierra, la mente en sus metas, y el corazón en su familia.

El sonido de su máquina de escribir nos acompañó gran parte de nuestra infancia, hasta que en uno de sus cumpleaños, papá le obsequió una computadora. Pero nunca se deshizo de su vieja máquina; la guardó, y hasta creo que aún funciona. Sé que muchas noches la coloca sobre la mesa de su escritorio y la observa largo rato, buscando en ella la inspiración que una era digital no le da.

Me traslado al Instituto en transporte público. Es interesante, porque a pesar de que siempre ves las mismas caras, de vez en cuando aparece alguien nuevo y el día cambia de colores. No tengo muchos amigos; más allá de los grupos que se forman para realizar trabajos guiados, investigaciones y exposiciones, no me llama la atención reunirme por ocio. Y a pesar de que he salido con muchas chicas, enamorado de una que otra, y planeado en secreto fugarme de casa, nunca puse demasiado interés en formalizar algo, pues siempre creí que una familia se forma y se mantiene no solo con amor, sino con una posición económica estable y libre de preocupaciones financieras.

Por eso, al conocer a Valeria, como a tantas otras que han cursado estos años conmigo, solo vi en ella una compañera de trabajo. Pero esa tarde fue distinto. No es que me haya fijado en ella como mujer, sino más bien que me llamó la atención su repentino acercamiento y confianza hacia mí. Bueno, tal vez siempre haya sido así, solo que yo nunca lo había notado. Es como dicen: "Hay un tiempo para todo."

Pero es verdad que, aparte de ridículamente graciosos, esos sombreros se veían bonitos en su pequeña cabeza. Su gracia al moverse, su demostrativa simpatía, su siempre predispuesta sonrisa, y los detalles de su arreglo personal hicieron que no pudiera cerrar la boca por un instante. Hasta recuerdo haber dejado de respirar. Valeria. Su nombre en mis labios cosquillea como una pequeña descarga eléctrica. Mirando el reloj, calculo mentalmente el reencuentro. Como si fuera una cita, mi piel se eriza y mi corazón late con más fuerza, previendo que volveré a quedarme sin aire al verla.

Pero pasan las horas y no la encuentro. No asiste a clase esa tarde. Siento que pierdo una jugada. Y temo porque la próxima tal vez nunca se dé. El día transcurre sin novedad. Llegada la noche, no dejo de pensar en quien debería haber encontrado. La cena se hace silenciosa para mí, pero nadie pregunta; todos están demasiado ocupados con sus cosas como para entrever en mi rostro alguna preocupación.

La noche se hace larga y mi sueño, intermitente. Caigo en la cuenta de que mi agenda telefónica no contiene su número, y me asalta una inquietud. "Debí pedirle su número de teléfono, su email, su red. Pero... ¿qué hubiera pensado ella?" Tampoco debo apresurarme. Esta sensación, esta emoción ya la he sentido antes. Supongo que de no volverla a ver, la olvidaré como a tantas otras que fueron momentos de paso. Pero nada me convence de dejar de pensar en ella.

Cuando la alarma del teléfono sonó, yo ya estaba despierto. Hoy viernes entro a las 10:30. Tenemos que presentar trabajos. Siento curiosidad por ver qué presenta ella. La imagino llegar, sonreír, hablar, y volver a sonreír. Sonrío sin darme cuenta.

Al llegar al curso, hay mucho revuelo. Algunas personas corren. En una esquina, Juliana se seca las lágrimas. No entiendo nada. Pregunto qué ocurre. El encargado del sector me informa que Valeria se había suicidado el día anterior.

Me asalta la confusión. Todo se agolpa en los últimos minutos que estuvimos juntos. Su beso en puntas de pie. Su mano apoyándose en mi saco, en mi bolsillo. ¡Mi bolsillo! Noto algo en él. Reviso presuroso. Una pequeña libreta de notas con algo escrito en la tapa. Decía: Los cuentos de Valeria.

Se me inundan los ojos apretando la libreta. Hasta que por fin me controlo y la abro, y para mi sorpresa, noto que está vacía, que en su interior no hay nada escrito. En silencio, lloro. Valeria. Tal vez necesitaste un poco más de tiempo para conversar y hablar conmigo. Un tiempo que no supe darte. Y tal vez, de haberlo hecho, todo hubiera sido distinto.

 

A veces, como a veces,
el sol se pierde en el río.
Se oculta de nuestras miradas,
se transforma en reflejo frío.
Disipando sombras,
a su paso ilumina y da vida,
calma la sed del cielo,
sembrando pequeños trozos de estrellas,
pequeños niños dormidos.

Como danza secreta en la noche,
como dulces sueños sin sueño,
como alianza entre lo que vemos,
lo que soñamos y queremos ver.

A veces, como a veces,
dejo de flotar y volar,
y empiezo a caminar bien firme.
Fortalezco el suelo bajo mis pies.
Dejo el vuelo, olvido mi despertar.
Quien me conoce y ama
sabe de mis nostalgias,
aquella que vive mi vida,
comparte y sueña conmigo,
aquella que, hundida en el suelo,
navega hacia mi propio ser.

viernes, 16 de agosto de 2024

 La libertad me grita tu nombre

y sonríe pecaminosa

ante el altar de mis confesiones.

Mientras tanto

Maullidos de aves convertidas

reclaman el gran cambio

anticipándome la noche

en que has de despertar.

 Me muestro tal cual soy,

y aún así no me ven.

 Los colores sin dueño,

los colores nacidos

de noches amantes,

de jazmines despiertos.

Como tu aire en mi pecho

se duerme lento tu canto.

Mi cielo es espera

de ver tus ojos

al final del camino.

 Me recuerdo perdido.

Lo demás

se ha convertido en efemérides

de un nido roto de recuerdos

que ningún humano

reconocería jamás.

 Estamos demasiado ocupados y preocupados

por problemas que no existen,

por enfermedades que no existen,

por necesidades inventadas,

y por ocupaciones que nos imponen

como necesarias para vivir (mejor)

y ser mejores.

Estamos demasiado ocupados

en ser lo que no somos

y vivir una vida para otros.

 POETA DE HIELO.

Mi silencio suele seducir al alba

cuando el alba

se embriaga de soledad.

Mi mirada

suele perforar el tiempo

del momento caído

de la cima de la tempestad.

Suelo callar palabras

cuando de todo sueño

me nace la realidad.

Y sin más amigos que mis propios trinos

como gorrión herido

me refugio en la sobriedad.

Como toda mentira vende,

mi niño que he sido,

que soy

y seguiré siendo,

se nutre de bebidas nobles

cuando algún ángel caído

olvida su identidad.


(A mi amada noche, que siempre está allí para recibirme,

caído o por caer,

pero siempre con los brazos abiertos.)

 Me cansé de reír,

de mentir, de aguantar,

de falsear,

de comer, de dormir, de sentir,

y no sentir.

Me cansé de escuchar estupideces,

de leer incoherencias,

de bailar solo, de soñar con imposibles,

de saber la verdad

y gritarla a los cuatro vientos.

Me cansé de ser débil, de ser amable,

condescendiente, de comer, de excretar,

de vivir, y buscar entender.

Me cansé de ser pobre,

de crecer sin subir,

de amar por amar,

de creer y de aceptar.

Me cansé de todo lo conocido

y también de lo por conocer.

Me harté de las cosas vanas

y también de las importantes.

De la madre vida y de la diosa muerte,

del sentimiento de culpa,

y de esperar con la esperanza

de creer que algún día

alguna vez

todo estaría mejor.

Me cansé de mi pasado, de mi errores,

de mis repetidas experiencias,

de mis ganas abandonadas

y de mi turbias manipulencias.

Simplemente miro el vacío,

sintiendo un agudo dolor

que me recuerda una vida de trapo.

Simplemente secciono mis años

con la lluvia magra del sol

gritando con energías paganas,

saludando al final,

que en verdad es un principio...

pero no sé para quién.

 Viajamos a diario hacia un futuro

que creemos adelante,

y sólo encontramos

un pasado provisorio

que nos habla de nuestro olvido.

Eventualmente

nos movemos hacia un presente que ya no está.

Me preguntas:

Puedes ver el futuro?

Respondo:

Yo creo que son recuerdos del futuro.

 El árbol de los ciegos.

Todo parece demasiado pesado.

Tal vez

se deba a que no puedo

ver como quisiera,

un poco más allá

del horizonte de mis ojos.

La neblina del sol

en mis pestañas

y el arco iris del amanecer

en una madrugada

que jamás termina

de despedirse.

 Mi sonrisa está hecha de vientos,

aires

que calmaron mi amanecer.

Sostenida entre llaves de bronce,

mi alegría está hecha de nubes,

lluvia persa,

y una niñez

que jamás se decide a crecer.

Mi conciencia está hecha de tiempos,

olvidadas memorias,

guardados recuerdos;

Mi intención de mantenerme vivo

entretejió una idea,

que más allá de mantenerme despierto,

me sumergió en el sueño de verte...

más allá de lo que puedo ver.

 Si me das la respuesta,

tal vez acierte la pregunta

que me lleve a tu despertar.

Sonrojada entre nubes de velos,

soñando siempre con un juego

que a cada instante te enamora

del sol.

Si la lluvia no crea momentos

difícilmente vuelva a nacer.

 Cuando Adán mordió la manzana,

entró en un profundo sueño,

del que todavía no ha despertado.

Toda esta vida, todo lo que creemos real,

es solamente una ilusión,

es parte del sueño de Adán.

Ese es el pecado original.

Dios, y los seres despiertos,

nos hablan en sueños,

o en estado de meditación profunda,

porque es el único estado

en el que estamos realmente por despertar.

Pero lo que creemos que es "despertar"

de un sueño,

es sumirnos a otro sueño

más profundo,

llamado realidad.

 No me encuentro tan lejos del comienzo.

Tampoco de mi desesperado anhelo

por empezar de nuevo.

Pero,...Para qué?

Salvaría el tiempo y el modo vida

que he llevado?

No recuerdo mucho de lo que no he sido.

No recuerdo nada de lo que no he guardado.

Sólo a veces,

desde mi temprana edad,

sonrío a los cielos callados

que alimentaron mi sed.

Por eso SOY.

 Tengo un sonido escondido

entre silencios de versos

de demencia aprendida.

Tengo una espera partida

de ser parte de algo

más que un simple momento..

Tengo la lluvia

prometida de niño

a un Hada que crece

al sabor de las flores.

Perfumada noche,

que aunque no me abrigues

aromatizas mi vida,

mi inesperado regreso.

Yo también fui lluvia,...

pero de un abril

del que nunca fue pasajero.

 Veo momentos desvanecidos en mi memoria.

Lo demás

es pura realidad.

Escucho silencios

donde alguna vez hubo palabras

que me convencieron de crear el verbo.

Siento los pasos alejarse

de un momento de mi vida

donde morir es igual a nacer.

Pienso como en la nada del universo

todo se esparce sin espacio ni tiempo

y entreteje mi idea de estar vivo.

Y termino sin haber empezado

con la ligera sensación

de haber abierto los ojos.

  Traducir a palabras lo que sentimos no es difícil, es efímero. Es como pintar las nubes con fuerte viento. Como querer separar las aguas ...